Elina abrió los ojos justo cuando entré a su cuarto detrás de la madre; me miró desde la cama con cara de no reconocerme ni saber qué hacía en su casa a las nueve de la mañana; volvió a cerrarlos y la madre salió. Me vi sola ante su boca entreabierta, escuchándola roncar. Elina, por favor despiértate, dejé la mano sobre su hombro. No fui a buscar el pan, le dije a mi madre que no me daba tiempo, ella tendrá que caminar cinco cuadras hasta la panera y subir después los cinco pisos de regreso al apartamento. Elina me había dicho que fuera a recogerla temprano porque el mejor momento para recoger las conchas era cuando la marea acababa de bajar, y ahí estaba durmiendo a pierna suelta. Agarré el bolso para irme, de pronto pensé en lo que le diría a mi madre cuando me viera regresar tan pronto con las tostadas, la miel de abejas, los plátanos manzanos y el agua helada en la mochila. Volví a desplomarme al pie de la cama. Entonces ella abrió los ojos y permaneció inmóvil, por fin empezó a estirarse. Me entusiasmé, pero ella se dirigió al baño sin mirarme y se demoró cómo si nadie la estuviese esperando. Tenía los ojos aguados cuando ella regresó y casi sentí alivio de que siguiera sin notar mi presencia. Pero esta es la última vez, Elina, no vuelvo a hacer el papel de comemierda por causa tuya, ni hasta luego voy a decir. Me levanté en el mismo instante que ella se viraba con el bolso en hombro, ¿nos vamos?
Iba delante con pasos perezosos que yo no me atrevía a sobrepasar. Caminaba con la vista fija en sus pies, buscando el momento oportuno para pedirle que compartiéramos el peso de mi mochila, pero pasaba el tiempo y no decía nada. Ella se detuvo con un suspiro, ¿a dónde vamos? No soporto tomar decisiones, además para mí todas las playas son iguales y ella lo sabía, la que eligiera iba a estar bien. Entonces vamos a la playa del Chivo. Me paré en seco, ahí van los tipos a … ¿Tienes miedo?, se echó a reír, ellos van a estar en lo suyo. Le dije que no era miedo, pero algo me apretaba el pecho. No me digas que tienes prejuicios, yo ando contigo sin preocuparme de lo que diga nadie, ni mi mamá, además lo mejor es que a ellos no les gustan las mujeres y no van a molestarnos.
Pero ella no sabía como llegar, nos tomó dos horas y tuvimos que caminar más de un kilómetro, el agua seguía estando lejos. No quedó más remedio que meterse en el yerbazal y bajar por un camino de piedras. Fui delante casi raspándome las nalgas, no quería mirar hacia atrás, seguro ella se burlaba de mí. Pero entonces me pidió que le diera la mano para ayudarla. Cuando estuvimos en la parte plana vi que no me había soltado, aún quedaban diez o doce metros hasta la orilla. Yo no quería llegar, arrastraba los pies sin levantar la vista. Me preguntó si había conocido alguna muchacha últimamente. Sabía la respuesta, la disfrutaba de antemano y yo tardaba siempre un rato en responder. Finalmente decía que no, sólo eso. Entonces ella miraba a lo lejos y aseguraba con tono filosófico que algún día iba a aparecer esa persona, no una sino esa, disertaba sobre el destino y terminaba hablando de su novio de turno. Ese día sentí la tentación de responderle sí, conocí a alguien, precisamente te quería contar. Sólo pude mover la cabeza de derecha a izquierda. Ella tampoco dijo mucho, había terminado con su último novio y estaba deprimida. No me extrañó ni indagué por los detalles, de todas formas ella vendría a llorar sobre mi hombro en algún momento antes de regresar y preferí que por lo menos estuviéramos sentadas.
Al fin nos vimos en una arena gruesa, ante unas rocas frías y claras. Detrás las olas daban latigazos contra la orilla. No voy a entrar, pensé, así es que no tendría que quedarme en trusa. Elina sí se quitó la ropa aunque tampoco se metería en el agua, no sabía nadar. Contemplé el movimiento de sus omoplatos, los dedos de sus manos sobre los hombros; siempre tenía frío, bastaba la humedad de las rocas, alguna gota que la salpicara cuando el agua rebotaba en la piedra. Sin embargo prefería estar en trusa. No pude evitar la comparación entre su cuerpo y el mío, se me escaparon los ojos hasta sus pies, la veía pasar la planta y los dedos de uno sobre el otro; otra vez tuve que reprimir la pregunta de si le gustaba que se los acariciaran. Cambiaron de posición bruscamente y al levantar la cabeza la vi frente a mí. ¿Alguna vez has pensado en estar con un hombre?, tal vez esa sea la solución para tu soledad y lo otro, un capricho. Por unos segundos no se escuchó otra cosa que las olas y las gaviotas a nuestro alrededor. Nunca había visto ninguna tan de cerca. Sentí una sobre la roca, casi detrás de mí, pero no quise moverme para no asustarla, traté de verla con el rabo del ojo y descubrí un hombre que se acercaba con su pita de pescar, esperé a que llegara, ¿sabe dónde podemos encontrar conchas?
Marcos era tres años menor que ella. Me sorprendió, usualmente le gustaban ocho o diez años más jóvenes, no podía evitarlo. Este era un hombre que sabía lo que quería, el tiempo de la inmadurez había quedado atrás. Estaban juntos desde hacía tres meses. Tres meses y yo no lo conocía, ¿por qué? Siempre está ocupado con su trabajo, su música y… su mujer. A Elina no le importaba eso, ni celos sentía, pero él llevaba casi una semana sin aparecer ni telefonear. Ella tenía el número de su casa y el del trabajo, podía llamarlo. No, me respondió tajante, ya estoy cansada de ser siempre yo, de aferrarme a algo que ni sé si es real u otra historia que me estoy inventando. Me quedé callada sin saber por qué todo aquello me sonaba conocido. Sospeché que se le habían aguado los ojos, pero se agachó a recoger una concha. Tenía unos colores lindísimos y se me ocurrió que podíamos quedarnos allí, a lo mejor había más. Pero el pescador había dicho que dónde encontraríamos bastantes era después del muro. Yo no quería ir, veía dos cabezas por encima del concreto: dos hombres. ¿Y qué?, están en lo suyo, a lo mejor hasta nos dicen dónde hay caracoles.
Cruzar el muro no fue ninguna panetela, era empinado y liso, pero no había otra forma de llegar al otro lado. Después de pasarlo dejé que ella se apoyara en mí, se me aflojaron las rodillas porque es más alta, pero traté de que no se diera cuenta. Apretó mi brazo por debajo del pulóver, estás fuerte. Tuvimos que pasar junto a los dos hombres, uno parecía muy joven, casi un adolescente. Me dio lástima verlo con aquel cincuentón gordo. Estaban en trusa e instintivamente busqué sus entrepiernas con la vista. No había señales de nada. Saludamos con la cabeza y seguimos. Elina volvió a meter la mano bajo la manga de mi pulover, creo que al viejo también le gustan las mujeres, ¿no viste cómo me miró? Volví la cabeza, el tipo nos seguía con la vista y el muchacho le dio un puñetazo en el hombro, el otro se rió como si le hubiera hecho cosquillas.
El terreno se volvió negro y rocoso, increíblemente crecían unas flores rosadas. Creo que yo también vendría a hacer el amor aquí. De momento ella no respondió, supuse que pensaba en Marcos. Sí, deber ser lindo al atardecer. Volvió a quedarse callada y yo sin saber qué decir, la arena aún estaba lejos. Finalmente fue ella la primera en hablar, ¿alguna vez has visto a dos tipos templando? ¿De dónde sacaba Elina esas ideas? A veces me das miedo. Se rió y yo salí caminando delante, había chapapote en el suelo, pero no le avisé. Cuando llegamos a la arena ella puso la jaba entre las dos y cada una empezó a recoger caracoles sin decir esta boca es mía. Entonces recordé que eran para ella y volví a tirar los que tenía en la mano. Sabía que me había visto, ojalá hablara, que me mirara un poco atravesado nada más para decirle que la artesanía era problema suyo, yo me las arreglaba para sobrevivir de alguna manera con mi sueldo. Me había despertado temprano en mi único día libre para acompañarla y la había encontrado durmiendo cómo si el mar, las conchas y el mundo tuvieran que esperar por ella, la princesa que no podía pasar ocho horas en una oficina, ni trabajar en algo que no le gustase por mucho dinero que ganara, pobrecita. Que se fuera para el carajo, me levanté y empecé a sacudirme la arena del short. Casi choco con un hombre, pidió disculpas y siguió, pero no llegó a ningún lado, volvió a pasar junto a nosotras y se quedó a dos o tres metros. Apareció otro, los vi cruzar miradas y pensé que iban a entrar a los matorrales. No se movieron, fingían no estar pendientes de nosotras, pero trabé a uno vigilándonos con el rabo del ojo. Agarré a Elina por un brazo, vámosnos. Se soltó sin mirarme. Hay dos tipos ahí mirándonos. Irán a templar, no tiene nada que ver con nosotras. La miré en silencio, ella seguía recogiendo caracoles cómo si yo no existiera. Si no vienes me voy sola. Tú te ibas de todas formas, ya te habías puesto de pie, así es que vete. Pensé levantarla por la fuerza y obligarla a venir, pero era más alta, iba a hacer el ridículo. Se merecía que la dejara sola con aquellos tipos que podían ser un par de violadores, nos habíamos metido allí sin saber qué clase de gente íbamos a encontrar, una genialidad que solo se le podía ocurrir a ella. Tú crees que lo sabes todo, verdad, me tratas como si estuvieras por encima de mí, me utilizas; coqueteas conmigo a ver hasta dónde puedes llegar, a lo mejor en el fondo estás loca porque te meta mano, pero no quieres dar el paso para poder decir que eres la heterosexual inocente violada. Nunca esperó que le dijera todo aquello y estaba sin habla. Me sentía realmente bien por primera vez en largo tiempo y quería decir más, que era una calienta bollos, así con esas palabras, y que en el fondo debía ser frígida. Empezó a meter los caracoles en la jaba con toda su calma, vámosnos, si a ti no te importa dar un espectáculo, a mí, sí. En ese momento recordé a los dos hombres. Cuando levanté la vista entraban en el matorral. Ni se te ocurra dirigirme la palabra después de hoy, y en cuanto a que quiera acostarme con una mujer, es posible, pero no va a ser contigo porque tú ni mujer pareces, no eres hembra, ni varón, ni nada.
El regreso pareció más largo, ella iba dos metros delante y a mí me pesaban los pies. Nos acercábamos otra vez al muro, el hombre y el muchacho seguían allí. El mayor nos hizo una seña con la mano, no supe si la había interpretado bien. Elina me miró de reojo y supe que ella también lo había visto, nos estaba invitando a templar. El chiquito nos puso cara de si te acercas te saco un ojo. Debíamos volver a cruzar, me rezagué a propósito, que se las arreglara sola. Buscó apoyo para un pie, luego colocó el otro, sólo quedaba impulsarse con los brazos. Entonces se cayó. Corrí hasta ella, pero no dejó que la tocara. Trató de levantarse de nuevo y volvió a caer.
Se había torcido el tobillo derecho y golpeado la rodilla con una piedra. No iba a poder cruzar el muro y si había otra forma de llegar a la carretera no podía caminar de todas formas. Calculé que desde donde estábamos era más cerca y luego podíamos parar un carro, si pudía llevarla cargada. Bajé la vista a mis brazos, tenía los músculos muy definidos; usaba pulóver ajustado para que las muchachas me preguntaran si hacía ejercicios. Siempre decía que sí, un poco, sin darle mucha importancia, pero ahora no iban a servirme para cargar a Elina. Me senté junto a ella en silencio. Qué íbamos a hacer, no había ni a quien pedirle ayuda. A ella se le escaparon los ojos hacia donde estaban el hombre y el muchacho. Iba a decirme que fuera allá, sabiendo que el tipo nos había hecho señas para que templáramos con ellos. Qué coño se había creído aquel imbécil. Qué clase de gente venía a ese lugar. ¿Qué clase de persona es ese amigo tuyo que dijo que vinieras aquí? Es periodista. Y seguro escribe reportajes muy interesantes aquí, verdad. Cerró los ojos, qué coño me iba a decir. Estábamos metidas en aquel problema por su culpa, pudimos habernos quedado recogiendo conchas donde yo había sugerido, pero no, ella quería cruzar el cabrón muro y ahora no se le ocurría nada para sacarnos de ahí. El tiempo pasaba, lo menos que podía hacer ella era abrir los ojos y tratar de pensar en algo, en vez de quedarse allí con su cara de reina ofendida. La miré, tenía el tobillo y la rodilla hinchados; los ojos se me aguaron a mí.
En cuanto vi la cara del hombre supe que lo estaban haciendo, pero no lograba distinguir al muchacho; lo imaginé abajo chupándosela. Sentí escalofríos, pero seguí avanzando. El otro me veía acercarme y se reía sin dejar de moverse, me enseñó la lengua. ¿Por qué no cogí una piedra? Debí quedarme. Tal vez si voy hasta la carretera encuentro a alguien que nos ayude, a lo mejor antes. Tendría que dejarla sola un momento. Elina sola sin poderse mover con estos tipos cerca. Mejor regreso y me quedo con ella.
Mi amiga se viró un pie y no puedo cargarla sola. En ese momento vi al muchacho contra el muro, tenía la espalda mojada por el sudor de la panza del otro. El tipo no dejó de penetrarlo y tuve que esperar que terminara. Se puso el short con toda tranquilidad mientras el muchacho lo miraba aturdido, todavía la tenía dura; yo no he acabado y quedamos en que después tú me hacías una paja. ¿No estás viendo que las muchachas tienen un problema? Tú lo que quieres es entrar en relajo con estas dos. A ti nadie te pidió ayuda, con ese cuerpo de lagartija dudo que puedas levantar un alfiler, así es que mejor te quedas aquí.
Elina se tensó cuando el tipo se agachó junto a ella. El muchacho también se acercó a examinarle el tobillo mirándola con recelo. El otro lo apartó, ¿tú eres médico acaso? El chiquito se puso rojo. Las manos del hombre subieron hasta la rodilla de Elina y se deslizaron por el muslo. Lo empujé, ¿qué pinga te pasa?. ¿Qué te ocurre, estás celosa? Se quedó mirándome fijo hasta que tuve que apartar la vista, ¿quieres tocarla tú? ¿Qué te pasa? yo no hago cuadros de tortilla, además ella no es lesbiana. No me atrevía a mirar a Elina. Ah, ¿no? Le acarició el pelo, el cuello, ella permanecía inmóvil y yo no sabía si irle arriba al tipo. ¿No quieres que tu amiguita te toque? Nadie se va a enterar. Entonces ella le apartó la mano, ¿nos vas a ayudar o no? ¿Y tú qué tienes para ofrecer a cambio? Palpé la arena con la mano en busca de una piedra, cualquier cosa, sin quitarle los ojos de arriba. El me vio, en realidad estás loca por meterle mano, ¿verdad? ¡Maricón!, lo que más rabia me daba era que no hacía otra cosa que mirarme fijo. Se puso de pie con tranquilidad, sacudió el short, si se deciden me avisan, ustedes gozan, nosotros miramos y todos pasamos un buen rato. A mí no me metas en eso, el muchacho se levantó con cara de asco, te dije que yo no entro en relajo ni me gustan las mujeres. De cerca me pareció menos flaco, entre los dos podíamos cargar a Elina y llevarla hasta la carretera, ahí las dos cogeríamos un taxi, yo tenía dinero. No conseguí abrir la boca, lo observé hasta que se hizo un punto. El otro se encogió de hombros, voy a estar allí para que lo piensen.
No sé qué tiempo estuve arrodillada, los ojos fijos en la arena. Al fin me levanté en silencio y pasé un brazo bajo las piernas de Elina, el otro bajo su espalda; cerré los ojos, respiré profundo y caí de nalgas. Ella no hablaba tenía la vista perdida en el mar, pero yo sabía que el dolor la estaba matando. ¿Por qué no habré hablado con el chiquito? Lo busqué una vez más, sólo se veía al tipo recostado al muro junto a la orilla. Levantó la vista cómo si hubiera sentido mis ojos y nos cruzamos. Recogí las rodillas, apoyé la cabeza y empecé a llorar. Qué ridículo, Elina era la que se había torcido el tobillo y yo la que lloraba. ¿Por qué está pasando todo esto? ¿Cómo nos metimos en este problema? Se me acabaron las lágrimas en algún momento, quedé cómo aletargada y entonces ella suspiró, ve a llamarlo. No podía haber escuchado bien, la miré esperando que lo repitiera. Se limitó a clavarme unos ojos inexpresivos. No me dejé impresionar, primero rompo este muro de mierda a golpes. Pues empieza. Había dicho una estupidez, pero no quería darme por vencida, tiene que haber otra forma. Claro, dime cual. Me quedé callada, volví a acordarme del chiquito. Elina suspiró cansada, vas tú o me arrastro yo hasta allí.
No tuve que hablar. En cuanto estuve frente a él se levantó, me alegró que no dijera nada, sólo que tuviera cuidado con una piedra que había en el suelo, y en seguida volvió a callarse. Elina estaba muy tranquila, me hizo sentar a su lado y el tipo se mantuvo a un par de metros. Por un momento permanecimos así: él, mirándonos con mucha paciencia; yo, sin alzar la vista; Elina, esperando, supongo. Le acaricié la rodilla, ¿te duele mucho?, ella observaba los movimientos de mis dedos sin hablar. Recordé las ganas que había tenido de acariciarle los pies hacía sólo ¿qué tiempo? Parecían siglos desde que habíamos llegado a la playa tan contentas, preocupadas únicamente por las conchas. Al fin decidí mirarla a los ojos, ¿qué pensaba ella de todo aquello? Le tomé una mano, yo no quería esto, Elina, de verdad, no quería. Me besó en la boca, creo que estaba cansada de escucharme. Tardé en reaccionar, tenía los ojos muy abiertos, veía las nubes mientras sentía sus labios calientes, entreabiertos, la lengua rozando la mía. Cuando notó mi falta de respuesta intentó separarse, pero le agarré por la nuca y la besé con ganas. En algún momento nos movimos y ella gimió de dolor; recordé su tobillo, ponte cómoda. La hice tenderse en el suelo y coloqué el bolso bajo su cabeza, yo me encargo de todo.
Esa era la piel de Elina, su temperatura, la palpaba con los ojos cerrados hasta que llegué a su vientre. Metí la cabeza entre sus muslos y contemplé de cerca las partes por donde había pasado la cuchilla de afeitar esa misma mañana, la acaricié por fuera de la trusa con la nariz, el aliento. Sólo tenía que asomar un poco la lengua para saborearla, no sabía qué esperaba exactamente. De pronto me apretó la cabeza y no pude aguantar más.
Elina no abría los ojos y yo me moría porque dijera algo, cualquier cosa. Le sequé el sudor de la frente y esperé. Aún estaba mareada por su olor. ¿Gozaste? La voz del tipo fue como un cubo de agua fría, ella se sentó de golpe y me agarró la mano. Nos habíamos olvidado de él, de lo que estábamos haciendo allí, había que cruzar el muro. Le pregunté si pensaba ayudarnos o no. Ya yo te ayudé, ¿no estabas loca por comerte a tu amiguita? Lo único que queremos es acabar de cruzar el cabrón muro, después nos las arreglamos para llegar a la carretera y coger un taxi. El la miró como si no me hubiera escuchado, a ti también te gustó, ¿verdad? El silencio se me hacía insoportable y busqué la mirada de Elina, pero cambió la vista. Con el rabo del ojo lo vi caminar hacia ella, ¿por qué no confiesas que te gustó? Yo la veía por encima del hombro de él, pero seguía sin moverme. Entonces le metió una mano entre los muslos, ella abrió los ojos pero se quedó tiesa. Estás empapada, tienes ganas de chuparla ahora tú a ella, ¿verdad? Los ojos de Elina gritaban, se veía paralizada por el miedo y sentí que me zumbaron los oídos. No tuve tiempo de razonar, descubrí la piedra, él me daba la espalda. Elina empezó a gritar estás loca, mira lo que hiciste. El tipo no se movía. Resbalé contra el muro en silencio, aquello tenía que ser una pesadilla, ella seguía gritando lo mataste, ahora cómo vamos a salir de aquí, nos van a llevar presas. Es mentira, está fingiendo, no puedo haberlo matado, pero no me atrevía a tocarlo, ella tampoco. Al fin reaccioné, hay que salir de aquí. No podemos dejarlo. Ese tipo era un pervertido, Elina, te iba a violar. No me iba a hacer nada. Pero tú estabas asustada, casi me suplicaste que hiciera algo, no te eches ahora para atrás. Yo no dije nada. Tú tienes la culpa de todo esto, tú quisiste venir a esta playa de mierda, tú te viraste el tobillo. No contestó, no parecía notar nada a su alrededor, le colgaban los labios. Traté de levantarla, de pronto era una masa fofa que se dejaba llevar y no hacía más que repetir nos van a meter presas.
No podía tenerse en pie, metí la cabeza entre sus muslos y logré alzarla sobre mis hombros, me temblaron las rodillas, ahora trata al menos de sentarte en el muro. Estuvo a punto de resbalarse dos veces y caerme encima; la empujé por las nalgas hasta que logró sentarse. Entonces subí yo y crucé, ella se apoyó en mí tratando de no poner el pie derecho en el suelo. La agarré por los sobacos y empecé a arrastrarla hasta la carretera, tuve que detenerme un segundo a tomar aire y al levantar la vista mis ojos tropezaron con el muro; ella también lo vio y fue cómo un pinchazo, trató de levantarse. La agarré antes de que fuera a caerse, pero quiso ir saltando sobre un pie y apoyada en mi hombro. Nos volvíamos a cada momento, parecía que el muro seguía estando cerca, cómo nos persiguiera y tratábamos de escapar a toda costa.
Logramos coger un taxi enseguida y nos dejó en el hospital. El chofer incluso me ayudó a llevar a Elina hasta el cuerpo de guardia. Tuvimos que esperar afuera un momento porque había otros casos urgentes, yo quería llamar a su familia pero ella me pidió que esperara, no vayas a contarles. Hubo un momento de silencio, las dos pensábamos lo mismo, ¿tú crees que lo maté de verdad? Me apretó la mano, no podías hacer otra cosa, a lo mejor no está muerto, ese tipo es fuerte, seguro se desmayó y ya. Pero ella tampoco lo creía, se quedó callada y me abrazó. Estábamos tan juntas que su boca casi me rozaba el cuello, por un segundo se pegó a mi piel. Tal vez ella tenía razón, aquel hombre era fuerte, a él no le convenía acusarme después de todo, yo podía decir que trató de violar a Elina, iba a ser su palabra contra la nuestra. Todo iba a salir bien, la abracé y sonreí, todo va a salir bien.
No tuvo fractura. Le pusieron una venda elástica y le mandaron calmantes, reposo y fomentos. Yo tenía que regresar a mi casa y el viaje era largo, su familia ya estaba allí. Al despedirnos quedamos en que la llamaría al día siguiente. Fue lo primero que hice al llegar al trabajo. Respondió ella misma, pensaba que era Marcos aunque en realidad se habían despedido tres horas antes. El la había llamado por la noche y en cuanto ella le contó del accidente corrió a su casa para verla. Escuché toda la historia de reconciliación en silencio hasta la parte del sexo a escondidas de la madre, ya habían hecho el calentamiento previo por teléfono, ella lo esperó sin blumer y él sólo había tenido que bajarse el zipper del pantalón. Pude haberle dicho que sabía cómo iba a terminar todo aquello, es más podría haberle descrito la escena que tendría lugar dos meses después: nosotras dos en la playa, o tal vez en un parque, ella llorando sobre mi hombro, diciendo que los hombres eran una mierda. Nosotras dos, Elina, siempre nosotras dos. Pero no dije nada, le pregunté si le había contado lo de la playa. Su tono de voz cambió, en la playa no ocurrió nada de particular, recogimos caracoles y me torcí el tobillo, eso fue todo.
No volví a llamarla en el resto de la semana, ni ella a mí en mucho tiempo. Un día nos encontramos en la calle, ella intentaba parar un taxi, pero todos pasaban llenos. Me llamó falsa, mala amiga, hace un siglo que no se de ti. Le pregunté por Marcos. Está bien, tocando en una orquesta de jazz. El nuevo novio se llama Alejandro y es pintor. Este sí sirve, me dijo, ha tenido una vida difícil y sabe valorar las cosas, quiere estabilidad, comprensión. Había dejado la mano extendida hacia la calle por si acaso mientras hablaba, ¿y tú qué, has conocido alguna muchacha? Algunas, pero no le dije que continuaba sola, seguí con la vista a una señora con un perro y si ella estaba mirándome fijo, en espera de un relato detallado, se quedó con las ganas. El chirrido de unas gomas nos hizo volvernos a las dos, tuvo que montarse rápido porque ya venía un par de mujeres corriendo hacia el taxi. No dejes de ir a verme, tengo un montón de cosas que contarte. Le dije un sí de compromiso y creo que ella se dio cuenta. Sentí alivio cuando el carro arrancó y respiré profundo; entonces volvió a invadirme su olor, sus manos en mi cabeza. Se me aguaron los ojos y no pude evitar preguntarme si seguiría recogiendo caracoles en la playa.
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Escritora y periodista cubana contemporánea, reconocida por su trabajo en la narrativa y el ensayo. Nacida en Cuba, ha desarrollado una carrera literaria que refleja las complejidades de la vida en la isla y las experiencias de sus habitantes. Trayectoria Literaria Rodríguez ha publicado varios cuentos, destacándose su obra *La otra guerra de los mundos*, que incluye relatos como "La certeza" y "A flote". En estos textos, aborda temas como la resistencia cultural y las tensiones políticas en Cuba, utilizando un estilo narrativo que combina la crítica social con la exploración personal. Temáticas Sus escritos a menudo exploran la vida cotidiana bajo un régimen estricto, las luchas de los individuos por expresarse y el impacto del exilio. La narrativa de Rodríguez se caracteriza por su profundidad emocional y su capacidad para capturar la esencia de las vivencias cubanas, particularmente en contextos de represión y búsqueda de identidad. Contribuciones Además de su labor literaria, Yusimí Rodríguez también se involucra en el periodismo, lo que le permite abordar temas relevantes sobre la realidad cubana desde una perspectiva crítica. Su trabajo ha sido bien recibido tanto a nivel nacional como internacional, consolidándola como una voz importante en la literatura cubana contemporánea.
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