A la hora de partir

cuento de osman
Este relato narra las memorias de una relación entre el narrador y Maikov, un exmilitar cubano, marcadas por el amor, la pasión y las dificultades de vivir en un contexto lleno de restricciones. El narrador rememora los momentos compartidos, desde los encuentros furtivos hasta el acto de separación cuando debe emigrar, dejando atrás a Maikov en Cuba. La historia está impregnada de nostalgia, deseo y la tristeza de una despedida que deja en el aire la posibilidad de un reencuentro. Con un tono intimista, el texto explora el impacto de las relaciones en medio de la adversidad, entrelazando lo personal con lo político.

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Hace rato dejé de escuchar «Sevillanas del adiós». El recuerdo de aquellos días estivales en La Habana sigue vagando en mi mente, acaso como un sueño que regresa a mí en la pertinaz lluvia de este domingo mallorquín. Me siento a escribir en el ordenador momentos que me niego a olvidar.

El día de la partida coincidió con la Celebración de la Cultura Nacional. Llegué bien temprano al aeropuerto, adelantaban el vuelo por la proximidad de un huracán. Wilma se llamaba. En Cuba pronunciaban la «w»; pero aquí, en Mallorca, solo con «v». Por cierto, las imágenes que vi de ese ciclón a mi llegada al archipiélago balear eran impactantes por la fuerza de sus vientos, sobre todo, por las olas que  alcanzaron el faro del Castillo del Morro.

La despedida en el Aeropuerto Internacional de La Habana fue muy conmovedora. Casi nunca pensamos en la separación como un hecho cercano a nuestra vida.

Después de pagar el impuesto de veinticinco pesos convertibles, creo, único en el mundo, facturar la maleta, tomarme unas cuantas fotos con mi novio y fundirnos en un largo abrazo, no me importó besar sus labios, aunque fuera fugazmente. Miraba sus ojos tristes desde la fila -o la cola, como dicen en Cuba- de control de inmigración, sin embargo, no le demostraba mi angustia. Tampoco a la funcionaria tras el ventanillo, tan seria como el ciclón que se aproximaba, le dediqué una sonrisa, sin recibir nunca la suya. Volví a ver a Maikov a través de un cristal concebido para despedir a los viajeros que se adentran a la sala de espera. Desde allí le dije adiós con la aflicción de quien se despide de su propia vida. No podía acompañarme.

Cuando el avión alzó vuelo, tuve la impresión no solo de despegar del suelo, sino también de esas intensas emociones vividas a su lado.

Maikov es un exmilitar del Ministerio del Interior. Me enamoré de él en el primer encuentro. Entonces me atrajo su altura, casi alcanza los seis pies, su nobleza en la mirada, sus veinte años y el uniforme, que ajustaba su cuerpo y le hacía lucir muy atractivos la ancha espalda, las nalgas y los fuertes muslos.

Gracias a él, mi documentación para salir del país estuvo conforme a su augurio, en la fecha del viaje. Yo había tenido problemas con un papel del servicio militar que me había retrasado la partida. En ese tiempo, él no trabajaba en el Ministerio, pero mantenía excelentes relaciones en las oficinas de Inmigración. Fue una ventaja a la hora de solicitar el permiso de salida. Para todos sus ex-compañeros, yo solo era su hermano de crianza. Nos reíamos después, a solas, por nuestro ardid.

Casi desde que nos conocimos fuimos amantes. Esto pesó muchísimo en la decisión de Maikov, separarse de la vida militar. Ahora debe permanecer en la Isla unos cinco años, circulado por la misma gente para la que trabajaba.

Un día me esperaba en la esquina del Palacio de Computación. Una mujer se le acercó y le preguntó si era cierto que no estaban haciendo pasaportes en Inmigración. Él se quedó perplejo, se dio cuenta de que aquella mujer, desconocida para él, lo había visto en las oficinas radicadas en el Cerro, lugar que comúnmente visitaba por asuntos laborales. Le dijo que sí, era cierto, que esa situación no demoraría mucho, que estaban esperando el barco proveniente de China, y que arribaría en cualquier momento con los pasaportes.

_ Yeinel, el mundo es un pañuelo, me comentó, donde menos uno piensa, te encuentras con alguien que te conoce. No puedo seguir en el Ministerio…

Esa tarde nos fuimos a los alrededores del Parque Morro-Cabaña, en la costa desde donde la ciudad parece alcanzada por una luz enigmática, llena de la última brasa de un carbonero. Las horas pasaron con lentitud, así también ocurre cuando el deseo se insufla mediante lo dificultoso. En la noche, subimos las escaleras que conducían a una arboleda desierta. No era la primera vez que subíamos a ese lugar, pues no siempre teníamos 50 pesos para pagar a una mujer, en la Habana Vieja, que alquilaba su cuarto a parejas gays, solo por una hora. Estábamos ansiosos. Nadie nos vio subir. En un claro nos desnudamos. Colgamos las ropas en las ramas de los arbustos. Maikov no se quitó las botas, lo contemplaba gustoso ante tanta provocación. Deseaba sentir cómo su masculinidad tomaba matices más suaves. Besé sus labios muchas veces. Cuando él me ofrecía su lengua, mi excitación crecía. Él de espaldas, recorrí con mi boca su cabello, la nuca, toda su espina dorsal, hasta llegar a las nalgas. Allí me quedé por un tiempo sin cálculo preciso. Las nalgas de Maikov son las más bellas del mundo. Ellas eran mías y yo disfrutaba inquirirlo, que me dijera «son solo tuyas, papi». Yo acostado, le gustaba ponerse a horcajadas sobre mi abdomen. Desde ahí respiraba su perfume, que se mezclaba con el reciente olor a hormonas de los dos, mientras sus labios paseaban la trayectoria del torso, hasta alcanzar, ya agachado, la felación. Otra vez en el regazo, acomodamos los cuerpos, pronto encontramos la fuerza de fricción… De él venía el fervor más ardiente. Éramos sodomitas confesos, sobrevivientes a la maldición.

Ya extenuados me sorprendió una sensación muy extraña, una gran tristeza sin siquiera un motivo. No comprendía. Debía estar rebosante de júbilo. Un muchacho así no se encuentra todos los días. Me vestí más pronto que Maikov. Cuando él casi terminaba de vestirse, yo caminé con la idea de husmear la soledad en la semipenumbra y me aproximé a la escalera. Un escalofrío invadió la serenidad que había alcanzado cuando vi a un hombre que subía rápidamente los escalones, tenía una linterna con la que iluminó mi rostro. Corrí a avisar a Maikov. «¡Un policía! ¡Viene un policía!», atiné a decirle. Lo tomé por una mano con la intención de escapar entre las hierbas altas ante la amenaza tan próxima a nosotros. Sin soltarnos las manos ni un segundo, yo sentía, en los minutos que duró la estampida, cómo Maikov se hacía pequeño con la inesperada presencia del policía hasta llegar, al fin, a la calle por donde se sube a ver la ceremonia del cañonazo. Eran cerca de las nueve de la noche en un día de noviembre. Solo ahí respiramos cierto alivio confundiéndonos entre la multitud.

Recién he vuelto a poner la canción popular en modo repeat de mi ordenador:« […] No te vayas todavía, /no te vayas, por favor, / no te vayas todavía / que hasta la guitarra mía / llora cuando dice adiós […]». Me sirvo un trago de ron Havana Club, el último de la botella que me regaló Maikov en la víspera de la partida. Sí, desde la noche en La Cabaña, Maikov estuvo resuelto a conseguir la renuncia a su grado de teniente y trabajó sin abandonar esa idea, hasta el día en que le llegó la “liberación”. Vuelvo la atención a las cuerdas de guitarra, el contagioso ritmo flamenco y la letra: « […] Un pañuelo de silencio / a la hora de partir […] / porque hay palabras que hieren / y no se pueden decir […] ». Es bella la Sevillana…, que llega a mis sentidos como un grito, el que todavía me parece escuchar durante la puesta de aquel sol habanero y va desmoronándome con la tristeza y el recuerdo de una despedida, ahora lejana en el tiempo. Nada más oportuno que ver el punto diminuto en el mar, acercar con la mirada el barco cada vez más grande y descubrir a Maikov saludando desde la cubierta. Pero la canción se antoja displicente, contra toda esperanza traiciona el valor del reencuentro como destino:    « […] el barco se hace pequeño / cuando se aleja en el mar […] y cuando se va perdiendo, / qué grande es la soledad […] ».

Autor

  • osman aviles

    Nacido en La Habana en 1979, es un destacado pedagogo, poeta y escritor cubano-americano. Su trayectoria literaria ha dejado una huella significativa en la literatura hispana y cubana, destacándose tanto en poesía como en ensayo. Formación y Carrera Creció en Marianao, La Habana, donde comenzó su educación y desarrolló un interés temprano por la literatura. A lo largo de su vida académica, Áviles ha sido un estudiante destacado, logrando el primer expediente en su escuela al finalizar el sexto grado. En 2002, durante su formación en el Instituto de Literatura y Lingüística, obtuvo el tercer premio en un coloquio literario que marcó el inicio de su carrera literaria. Publicaciones Es autor de varios libros notables que incluyen: - Poesía: La persistencia de los fragmentos, Interpelaciones. - Ensayo: Los extraños monzones, Serafina Núñez: la verdad amaneciendo. Su obra ha sido reconocida con premios como el Luis Rogelio Nogueras en 2010 por su ensayo sobre poetas féminas y el Premio Ricardo Alegría de la Academia Puertorriqueña de la Lengua en 2022. Contribuciones Actuales Actualmente, Osmán Áviles se dedica a la docencia y gestiona un canal de YouTube donde analiza textos poéticos, contribuyendo así a la difusión del conocimiento literario y poético[2]. Su enfoque en la enseñanza y la crítica literaria refleja su compromiso con la educación y el desarrollo cultural dentro de la comunidad hispana.

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